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Cortar el hipo o evitar el llanto: trucos para dominar su cuerpo



Un hipo escandaloso e incontrolable, un estornudo que se resiste, tímido, a la erupción, un grito de dolor inoportuno o lagrimones a destiempo. El cuerpo humano ofrece un abanico de reacciones aparentemente indomables que provocan a veces situaciones peliagudas. Aprenda algunos trucos que le permitirán ser dueño de su propio cuerpo y someterlo (o al menos intentarlo) a su voluntad en todo momento.
1. Frenar (o acelerar) un estornudo
“El estornudo casi siempre es pareado, por lo que la inmensa mayoría de la gente lo hace dos veces seguidas", explica José Manuel García Moreno, neurólogo del Hospital Universitario Virgen Macarena. Hasta aquí, no hay problema: quién no aguanta dos estornudos.
Pero, ¿y si usted es de los que, como comenta el especialista, tiene ristras de seis arrojos o más? No le queda más remedio que resistir. Este reflejo corporal tiene una función protectora y escapa a nuestro control y voluntad. Igual que no es posible estornudar con los ojos abiertos ("si lo consigue, verá cómo el estornudo carece de fuerza y velocidad”, comenta García Moreno), tampoco es recomendable taparse la nariz para evitarlo.
“La velocidad del aire y la presión que genera el estornudo es enorme, por lo que intentar mitigarlo puede resultar perjudicial”, alerta el científico. Este aire, que sale proyectado del cuerpo humano a unos 110 km/h, nos deja una sensación de alivio y bienestar.
Como nos contó el doctor Moisés Robledo, estornudar hacia dentro desplaza gérmenes hacia zonas indeseadas y puede provocar pequeñas roturas vasculares. La clave que sí le podemos facilitar es la de estornudar cuando no le sale: mire hacia una fuente de luz.
Con un poco de suerte padece usted ACHOO (Síndrome de Estornudos Helioftálmicos Incoercibles Autosómico), que, según García Moreno, se especula que afecta al 25% de la población. Su efecto es mucho más sencillo que su nombre: un estímulo de luz, un estornudo.

2. Suavizar el dolor

La sensación de dolor, pese a ser molesta y -cómo no- dolorosa, tiene una función básica para nuestra supervivencia: proteger la integridad cuerpo. “A través de esta señal de alarma, se ponen en marcha una serie de mecanismos cuyo objetivo es evitar o limitar posibles daños”, explica Cristina Carrasco, investigadora del Grupo de Neuroinmunofisilogía y Crononutrición del Departamento de Fisiología de la Universidad de Extremadura.
Sin embargo, no todos tenemos la misma tolerancia al dolor, ya que, según Carrasco, “varía en función de la personalidad, la actitud, experiencias previas, el estado anímico o incluso el ambiente”.
Algunos trucos para aumentar la tolerancia a esta sensación pasan por gestos bien sencillos. Cuando el daño ataca a las manos, basta con cruzar los brazos, como quedó demostrado en un estudio llevado a cabo por investigadores del London University College. La causa la expone Cristina Carrasco: “Esta posición del cuerpo reduce la sensación dolorosa, al impedir que el cerebro sea capaz de localizar el estímulo que la provoca”. Demasiado laberinto para el pobre entendimiento.
Otra estratagema: suelte usted todos los tacos que se le ocurran. Investigadores ingleses demostraron que las personas que repetían una palabrota durante un experimento en el que hundían sus manos en agua helada soportaban mejor el dolor que aquellas a las que se les pedía que repitieran una palabra neutra.
3. Evitar el llanto
Es la primera cita y ha quedado para ver un dramón en el cine. ¿Cómo evitar esos lagrimones, mocos y sorbos descontrolados? Porque, desengañémonos, las lágrimas no son sexy y la ciencia lo ha demostrado. En este caso, como el llanto es emocional, solo queda recurrir al pensamiento.
La fisióloga de la Universidad de Extremadura sugiere que lo intentemos alejando de nuestra mente la imagen que lo causó (vale, toca desconectar de la peli). Y si el ataque de llantina le sucede en el trabajo (quien esté libre de pecado…), la experta también tiene soluciones: "cambiar de ubicación, respirar profundamente y concentrarnos en el momento anterior a que sucediera aquello que nos causó la pena".

4. Llegar a una balda elevada

Tacones, zancos y plataformas son herramientas muy efectivas que puede utilizar para aumentar su altura. Nuestro propio cuerpo tiene otra y, aunque más discreta, es igual de eficaz: acceder a lo que no llegamos (por cuestiones de bajura) a primera hora de la mañana.
Nuestra altura puede oscilar, dependiendo de la edad y el peso de cada uno, en hasta dos centímetros al día, siendo la más elevada la que tenemos al despertar. “El desgaste físico al que nos sometemos durante el día se traduce en la compresión del tejido cartilaginoso de los discos intervertebrales.
Durante la noche, en cambio, al no tener que soportar el peso del cuerpo, estos muelles que hay entre las vértebras se expanden, recuperando su contenido en agua y, con ello, nuestro cuerpo vuelve a tener su altura real”, detalla Carrasco. Y nos levantamos tan altos… como la luna. Tomar una cucharadita de azúcar o recibir un susto ayuda a frenar el hipo" (Cristina Carrasco, fisióloga)

5. Detener el hipo

El fruto de la desincronización entre los movimientos del diafragma y de los pulmones puede resultar incluso gracioso: “Hip, hip”. En raras ocasiones, se vuelve persistente, como explica Carrasco. “Y puede durar varios días e incluso meses: un indicador de patologías graves”, precisa.
Los trucos para detener un hipo normal son tan variopintos como la imaginación humana, pero algunos pueden tener cierto sentido fisiológico. “Respirar dentro de una bolsa de papel aumenta la presión parcial de dióxido de carbono en nuestra sangre, lo cual ayuda a la musculatura a relajarse y al organismo a eliminar dicho gas, restableciendo un ciclo respiratorio normal. Tomar una cucharadita de azúcar o recibir un susto servirían para ‘distraer’ con otras señales al nervio que controla el diafragma”, aclara la experta.
Para el neurólogo García Moreno la mejor opción pasa por aguantar la respiración. “Si al reanudarla el movimiento del diafragma y la cavidad torácica coinciden, funciona”, opina. Además, la hiperextensión del cuello al echar la cabeza hacia atrás todo lo que uno pueda, podría ayudar a controlar el hipo. “El diafragma está enervado por el nervio frénico, una rama del vago, que pasa por el cuello; y es posible que al hiperextenderlo cambie de alguna manera el impulso nervioso”, concluye el neurólogo.
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