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El Potente Cóctel De Heroína


El potente cóctel de heroína que mata por centenares en Estados Unidos

La heroína dejó de ser hace tiempo una droga del pasado en EEUU y ahora los estadounidenses añaden a esta sustancia un nuevo y peligroso aliño, el fentanilo, un potente analgésico contra el cáncer importado de México y responsable de más de más de 700 muertes en algo más de un año.


«El fentanilo es peligroso en cantidades increíblemente pequeñas, equivalentes a granos de sal. Si se mezcla mal la heroína, las consecuencias son fatales», dijo hoy a Efe Matthew Barden, agente de la Agencia Antidrogas Estadounidense (DEA) que durante 27 años capitaneó grandes casos contra el tráfico de heroína.



Este potente opiáceo es entre 80 y 100 veces más potente que la morfina y entre 25 y 40 veces más fuerte que la heroína, según el informe de este año sobre narcóticos de la DEA.

El fentanilo, usado por toxicómanos para aumentar la potencia de la heroína, está ligado directamente a más de 700 muertes entre finales de 2013 y principios de 2015.

La heroína alcanzó en EEUU su punto álgido en la década de los setenta y ochenta, pero ahora, entre 2007 y 2013, el número de muertes por sobredosis se ha casi cuadruplicado debido, en parte, a la creciente adicción de los estadounidenses a los analgésicos contra el dolor, como OxyContin o Vicodin.


«La heroína se ha convertido en el sustituto de los analgésicos opiáceos. Unas 4 o 5 pastillas de analgésicos en el mercado negro pueden costarte 40 dólares y eso te sirve para un día. Sin embargo, el coste de una bolsa de heroína oscila entre los 10 y 20 dólares, así que es una cuestión de costes», explica Barden.

De hecho, el 45 % de las personas que utilizan heroína eran anteriormente adictos a los analgésicos derivados del opio, según estadísticas del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés).

«Relacionamos por primera vez al fentanilo con las muertes por sobredosis de heroína hace casi diez años", cuenta Barden, ahora portavoz de la DEA y que, entre 2005 y 2007, vivió sobre el terreno la última «crisis» del fentanilo, culpable durante esos dos años de más de mil muertes en el medio oeste y la costa este de EEUU.


En aquel momento, la mayor parte del fentanilo se fabricaba en un único laboratorio clandestino en Toluca (México), clausurado por la DEA. Ahora, los cárteles mexicanos siguen encargándose de producir el fentanilo y, además, han aprendido a producir «heroína blanca», diferente a la marrón que les caracterizaba y que les ha permitido aumentar su poder en el medio oeste y la costa este del país, zona tradicionalmente dominada por bandas colombianas.

«Nos encontramos en una situación de crisis con la heroína y, sin duda, el fentanilo es una gran preocupación», destacó Barden.

Este potente medicamento contra el cáncer puede obtenerse en las farmacias, pero normalmente los narcotraficantes lo añaden directamente a la heroína para incrementar la potencia de esta droga o lo venden directamente como fentanilo, aunque mezclado con otras sustancias para rebajar una pureza que sería mortal.



Consumido por inyección o inhalación como la heroína, el fentanilo provoca sentimientos temporales de euforia a los que pueden seguir peligrosas reducciones de la respiración o de la presión sanguínea, así como náuseas, desvanecimientos y convulsiones que pueden derivar en muertes instantáneas por sobredosis.

«Muchas de las personas que abusan de heroína con fentanilo te dirán que es la experiencia más intensa que han tenido y que su objetivo era llegar a ese punto en el que han andado hasta las puertas de la muerte y han vuelto de ella», destacó Barden, que como agente de la DEA convivió con toxicómanos.


Para introducir esta «bomba de relojería» a través de la frontera sur de EEUU, los carteles mexicanos esconden los frascos de fentanilo en los neumáticos y los tanques de gas de vehículos con el objetivo de llevar progresivamente la droga a través del territorio con paradas en almacenes clandestinos.

Las organizaciones que luchan contra la heroína reclaman más recursos contra esta epidemia, que se ha expandido desde ciudades como Nueva York a zonas rurales, como Minnesota o Vermont, donde las infraestructuras sanitarias no están preparadas para este tipo de adicciones, lo que agrava el problema
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