Las contraseñas pueden esconder nuestras obsesiones ocultas o
el recuerdo de un ser querido, el nombre de la persona a la que amamos o las
peores prácticas de seguridad. ¿Es posible descubrir la personalidad de un
usuario a través de ellas?
Hacemos las cosas por alguna razón: elegir coche, destino de
vacaciones, carrera universitaria… Incluso contraseña. Detrás de cada
combinación más o menos aleatoria de letras, números y caracteres hay una
historia que merece la pena contar. Le hemos preguntado a varias personas por
sus contraseñas en servicios de internet, tanto nuevas como antiguas. Detrás
hay todo tipo de anécdotas, centradas en un mismo objetivo: el recuerdo.
Una joven opositora nos dice que suele utilizar “una bastante
tonta”: “asdfghASDFGH”. ¿Por qué? “Porque era fácil de recordar y contiene
mayúsculas y minúsculas, algo que piden en muchos servicios para que la
contraseña sea segura”.
Cuanto más se complique la clave para contrarrestar ataques
informáticos, más difícil será memorizarla. “En un caso también uso caracteres
especiales”, nos cuenta un barcelonés. “Esto se debe a que el servicio me
alertó de que podría haber un intruso, así que traté de complicarla un poco. Ahora
me cuesta mucho más recordarla…”.
Algunas personas se plantean si tanta mayúscula, tanto número
y tanto carácter especial sirven para algo. “No voy a decir mis contraseñas
actuales”, nos cuenta una estudiante de máster, que parece ser una adelantada
en el uso de mayúsculas con su “JamonConQueso” de 2005 (“por entonces ni
siquiera recuerdo que avisaran que la contraseña era más segura si intercalabas
mayúsculas con números”), “pero sí puedo decir”, continúa, “que intento tener
una por cada servicio que utilizo. Esto hace que a veces me vuelva loca y que
la mayoría de las veces tarde hasta tres o cuatro intentos en atinar con la que
es. ¡Me pregunto si merece la pena!”.
¿Cuántas veces al día tecleas una contraseña?
Más allá de esto, tenemos historias de amor y desamor, que
recordamos con cada tecleo. La chica del “JamonConQueso” utilizó a los 12 años,
para su primera cuenta de correo electrónico, la contraseña “Carlitos”. “Era el
nombre del niño que me gustaba”, rememora. Una periodista de 27 años nos cuenta
que una de sus primeras contraseñas fue “frances”, “porque es la nacionalidad
de un chico que me gustaba en la adolescencia. Sigo utilizándola en algunas
nuevas cuentas, pero le voy añadiendo números o poniendo algunas letras
mayúsculas”.
Otra joven de su misma edad nos dice que utiliza “Jorgibiris”
para todos sus servicios (“suelo variar si me solicitan mayúsculas, caracteres
numéricos y demás, pero sobre la misma base”). ¿La razón? “Jorge es el nombre
de mi hermano pequeño. Jorgibiris es como le llamaba cuando era un enano”. La
emotividad también está en “uces152″: “Es el nombre de mi pueblo y el número
con el que entré en el conservatorio hace 16 años”, nos cuenta otra persona.
Hay quien usa como contraseña una combinación de números y
letras fácil de recordar: “Bueno… A veces uso la matrícula del coche, pero del
que tenía cuando empecé a usar internet”, nos cuenta un gestor cultural de 47
años. Este recuerdo le hace reaccionar: “Me deprimo viendo cómo ha pasado el
tiempo”.
Como cuando marcamos un favorito en Twitter creyendo que nadie
nos vigila, las contraseñas pueden ser un lugar donde revelar nuestros más
oscuros pensamientos. Un joven veinteañero sudamericano nos dice que en los
servicios más privados utiliza “P0r0ng4?” (“poronga”, una forma malsonante de
llamar al pene en algunos países de América) y “C0nch4fr14_” (“concha”, como se
llama a la vagina en Sudamérica, entre otros lugares).
“Al ser secreta, es como
que tengo la libertad para decir lo que sea porque, total, nadie me va a
escuchar. Por eso en general elijo contraseñas obscenas en código alfanumérico
para evitar el ‘hackeo’”. Eso sí, cuando tiene que compartir la clave con otras
personas, opta por un registro más modosito: su calle y el número de su casa
(“si preciso pasar la contraseña de Netflix a mis padres, no me veo en un
momento embarazoso”).
DETRÁS DE
LAS CONTRASEÑAS
¿Qué nos puede llevar a utilizar una u
otra contraseña? Según el psicólogo social Guillermo Fouce, estudiando las
contraseñas antiguas o nuevas “se pueden obtener algunos de los hábitos o de
los gustos o algunas de las fechas que son importantes para esa persona. Se
puede también saber si repite siempre la misma o si va modificando distintas
contraseñas en función del tipo de tema”.
Todas estas historias que hemos leído están
relacionadas con momentos felices o neutros de la vida de nuestros
entrevistados, que contestaron voluntariamente a un cuestionario anónimo. Pero,
¿es posible asociar recuerdos negativos a las contraseñas? Fouce nos cuenta que
es habitual hallar el nombre de mascotas que fallecieron en la secuencia de
caracteres. ¿Esto nos hace bien? “Depende de cada caso”, matiza. “En el caso de
los duelos, de que alguien haya fallecido, la cuestión está en que eso no
marque tu vida. Si es una cuestión de mero recuerdo, no debería ser un problema
ni es patológico”.
Las contraseñas pueden ser un lugar
donde revelar nuestros más oscuros pensamientos. Foto: Shutterstock
La psicóloga Helen Petrie, de la
Universidad de Londres, realizó una investigación con mil 200 personas para
intentar descubrir qué personalidades había detrás de las contraseñas.
Identificó cuatro grupos:
- Orientados a la familia: Aquellos cuya
contraseña se basaba en su propio nombre o apodo, en el de la mascota o en
una fecha de nacimiento (es decir, “con valor emotivo”, explicaba Petrie).
- Fans: Contraseñas con nombres de atletas,
cantantes, equipos de fútbol… Son jóvenes y se quieren identificar con el
estilo de vida de estas celebridades.
- Fantaseadores: Se imaginan que son más
atractivos o altos de lo que son en realidad: “sexy”, “semental”…
- Crípticos: Contraseñas verdaderamente
difíciles de reconocer. ¿Qué conexión tendrán con la realidad?
El análisis de una contraseña no basta
para descubrir a una persona. Como indica Fouce, tenemos que acompañarlo del
manejo que realizamos de las redes, de las páginas que visitamos…
No obstante,
leyendo algunas de estas historias, queda claro que no nos comportamos igual
delante de un desconocido que accediendo al correo electrónico; y que cuando
queremos “jugar seguro”, lo hacemos, aunque a veces nos preguntemos por qué
tantas mayúsculas y tantos caracteres especiales.
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